PERCORSI DI PCTO
LICEO SENECA DI BACOLI
TEMAS RELACIONADOS CON EL TERRITORIO DE LOS CAMPOS FLÉGREOS
i campi ardenti
il legame con la terra
Desde el siglo XVIII, los Campos Flégreos han sido representados como paradas fundamentales para los grandes pintores y poetas del Grand Tour. El recorrido les permitía admirar las maravillas del paisaje: templos, terrazas, edificios termales, promontorios e islas que siguen conquistando el corazón de los viajeros.
Cappella, aldea de Bacoli y Monte di Procida, abunda en artefactos, huele a sal. Bajo la plaza principal, un complejo funerario romano se extiende a lo largo de la antigua calle que unía Miseno con Cuma. Este tramo, cubierto por el hormigón de las casas, bulle de espíritus. Esto es lo que el poeta escribió sobre su relación con el territorio: “Desde que era un niño, debía de tener cinco o seis años, he sentido un fuerte interés por el territorio en el que me movía, el territorio flégreo tan denso en naturaleza, arqueología, historia. Para mí, de niño, era una verdadera aventura vivir en contacto diario con los fondos marinos y la roca de toba, cuya luminosidad y porosidad son la esencia misma de estos lugares, y en contacto con los lagos, el mar, los restos de las termas y los templos de la época romana. La alegría, en otras palabras, que saboreé no solo con los ojos, sino también con las manos, con la nariz y con el oído, la he llevado conmigo a lo largo de los años, aumentada e intensificada. Digo alegría, con razón, porque para mí se trataba de ponerme en una posición de placer por todo lo que veía, escuchaba, olía, estableciendo así una ecuación perfecta entre lo físico y lo psíquico, entre el cuerpo y el espacio, entre el teatro de la naturaleza y el teatro de la mente. Grababa sensaciones infinitesimales como en una película, me dejaba literalmente tomar, poseer por los sonidos, las voces, los sonidos de agua, las voces de plantas, los sonidos y las voces de los insectos encajados entre las grietas de las piedras. A veces me sentía como si estuviera caminando en tierra de nadie, tal era la fascinación que ejercía sobre mí esa hipnótica masa de cosas líquidas e intrincadas formas vegetales.
Empecé a comprender la importancia vital del paisaje. A medida que pasaban las estaciones, el paisaje se me presentaba en toda su precariedad e inquietud: cuanto más cambiaba el color del cielo, de las casas, de la ropa, más sentía, aunque imperceptiblemente, una sensación de pérdida, de inestabilidad. Era como si mi pertenencia a un territorio bien definido se resolviera en un proceso imparable de desvanecimiento y disolución. Y, sin embargo, el paisaje, es decir, ese conjunto de signos, formas, figuras, seguía ahí, vivo y verdadero, líquido y petrificado, idéntico y en continua metamorfosis, sorprendente y familiar. Me reflejé en ella, sí, me reflejé en ella, mis estados de ánimo, mis raíces, se hundieron allí, pero obscuramente percibí un enjambre de fuerzas, presencias, sugerencias. Entonces me di cuenta en retrospectiva, precisamente, de que el sentido, un sentido posible y probable, del mundo, de la naturaleza, del país, del paisaje aparece.[1]” Leyendo los escritos de Sovente, podemos percibir su profunda relación con la naturaleza y la influencia que el fenómeno del bradisismo tuvo en sus sentimientos. A Sovente le gustaba confiar en el pasado, entraba en el santuario de la acrópolis y hablaba con la Sibila.
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Según el mito, la Sibila Cumana era una joven de la que Apolo estaba tan enamorado que le ofreció todo lo que quisiera, siempre que se convirtiera en su sacerdotisa. Ella pidió la inmortalidad, olvidando pedir la eterna juventud. Y así, a medida que envejecía, su cuerpo se hacía cada vez más pequeño; por eso, la metieron en una jaula en el Templo de Apolo, hasta que desapareció por completo, dejando solo su voz.
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Sovente puede escuchar esta voz, que todavía resuena: como telón de fondo de sus obras, está el paisaje mitológico de los Campos Flégreos, un lugar que se expresa en sonidos, gritos y ruido. Por lo tanto, por un lado, está la realidad sacudida por el bradisismo, que podría derrumbarse en cualquier momento y, por otro, están los sonidos que proceden de un pasado mítico.
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“El paisaje mediterráneo de los Campos Flégreos es un cronotopo”, escribe Liberti[2], en el que el bradisismo y la actividad volcánica sacan a la luz huellas del pasado grecorromano, personajes míticos como Ulises, Proserpina y la Sibila, divinidades como Deméter y Venus, ciudades fantásticas como Nápoles y Cuma, junto con trágicos destellos de un presente violento y corrupto.
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En una entrevista, Mario Franco[3] pregunta al poeta: "¿Es difícil ser poeta en Nápoles?" Y Sovente le contesta así: "Todos sabemos que aquí no hay industria cultural, que la vida para un intelectual es más difícil. Yo no tengo que ser el comentarista de Costanzo ni escribir una columna en un semanario ilustrado, así que esto no me cuesta; he publicado con importantes editores nacionales y no sabría vivir en otro lugar. Estoy ligado a Nápoles por mis estudios, mi enseñanza en la Academia de Bellas Artes, el pequeño pueblo donde vivo, Cappella, que no figura en ningún mapa, pero que para mí es tan importante como Cuma, Baia, Pozzuoli, con su encanto de toba, sus termas, sus estatuas romanas, los fantasmas que surgen de los numerosos columbarios de azufre, los lagos, que me exaltan y conmueven. Nápoles y el mundo flégreo están unidos por la misma condición: la conservación, a pesar de la modernidad, de un alma arcaica irreductible y el hecho de ser continuamente expoliados, degradados y objeto de barbarie. Sin embargo, vivir aquí significa estar en contacto con fuertes estímulos creativos. Para mí, es como escuchar ecos repentinos, ser llevado de la mano por un hechizo".
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Leemos una reflexión del poeta en la revista Poesia[4]: “La sensación que siempre me persigue es de asombro y malestar al mismo tiempo. Es como respirar un aire encantado y moverse en un laberinto. Todo parece detenido en un tiempo lejano, nunca existido, pero al mismo tiempo vivo y lleno de miedos, olores y llamadas. (...). Como Nápoles me fascina y me envuelve con sus extraordinarias formas, así Cuma, Fusaro, Cappella, Bacoli, Baia, Monte di Procida, Pozzuoli, con su encanto impregnado de toba, piedras antiguas, termas, estatuas romanas, surgen de los numerosos columbarios de toba, de lagos, me exaltan, me hacen reflexionar, me inquietan y me conmueven."
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Es probable que el poeta campano tenga una deuda con uno de los grandes de su tierra, Giordano Bruno de Nola, por esta concepción filosófica de los elementos del universo: una concepción "naturalista", capaz de imaginar el mundo como un cuerpo unitario, fundado en la continuidad entre los componentes vegetal, animal y humano.
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El hombre, con sus miedos, sus esperanzas, sus emociones, es parte integrante de los procesos de la naturaleza. Y es por eso que no hay fronteras entre los sentimientos y los recuerdos, entre los objetos del presente y las ruinas del pasado, entre los fragmentos del paisaje y los frágiles movimientos del alma.
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En sus versos, Sovente ha conseguido dar vida a un cierto sentido del lugar. No es poca cosa, porque no implica simplemente un paisaje visible o unas referencias geográficas concretas, sino, más intensamente, una profundidad, unas raíces. Y es precisamente, como señala Roberto Galiverni[5], la paradoja de este país oculto tan concreto la que desencadena su poesía, que está de hecho llena de fracturas y cavidades telúricas, de cuevas oscuras, de «erosiones y deflagraciones», de hallazgos arqueológicos o míticos, de «monstruos y quimeras» que afloran aquí y ahora, en el tiempo de la Historia.
[1] Michele Sovente, L’arte come enigma e come ricerca, de Poesia Mensile internazionale di cultura poética n. 188, Crocetti editore.
[2] Michele Sovente, Cumae, edizione critica e commentata a cura di Giuseppe Andrea Liberti, Quodlibet, 2019.
[3] Mario Franco, Michele Sovente. Poeti contro paroliberi la nostalgia è il verso, de I volti di Napoli, La Repubblica.it, 21 novembre 2004.
[4] Michele Sovente, Malessere e sortilegio tra Napoli e i Campi Flegrei, de Poesia, Mensile internazionale di cultura n. 57, dicembre 1992, Crocetti editore.
[5] Roberto Galaverni, Una lingua sola non basta per scavare a Cuma, La Lettura – Corriere della Sera, 19/01/2020.